Los mejores sueños son los de la gente que viaja en metro mirando al infinito.
Lo sé desde aquel día en que empecé a enamorarme cada mañana en mi trayecto a clase. Entré sin fijarme en nada. El vagón estaba medio vacío, porque a esas horas somos pocos los que tenemos mala suerte. Pero quizá, el destino quiso recompensarme y hacer que mis mañanas estuvieran llenas de emoción y ganas por madrugar.
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