sino brillo yo, brilla mi ausencia, no me odiais a mi, ODIAIS A VUESTRA IMPOTENCIA.

jueves, 22 de diciembre de 2011

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Antes, cuando nos veíamos de forma eventual, me sorpendía el ver que siempre estaba resfriada, con temblores en las madrugadas, fiebres cada mañana. Lo relataba entre café y café sin prestarle más atención que a las anécdotas laborales. Nunca pregunté, me acostumbré a sus temperaturas bajas antes que a cualquier otra rutina.
Cuando comenzamos a vivir bajo el mismo techo pronto atendí a sus hábitos, a su naturaleza.
-Siempre tengo frío. Mira mis manos, están casi azules del frío. Mira la punta de mi nariz, siempre está irritada. Ellos solían llamarme Wintumn- me contó en la azotea mientras acababa con su cigarrillo.
-¿Ellos?- pregunté.
-Ya sabes, el resto de estaciones.
Asentí. Me convencí de que aún no era momento para entenderlo. Aún sigo sin saber si estuve en lo cierto.
A menudo, en tardes como esas, en pausas cortas, otras más largas, entre calada y calada, me contaba la fragilidad que albergaba todo su ser.
-Siempre me he sentido afligida, incluso aterrada, al ver la debilidad añadida que trae un cuerpo. Cómo caen, cómo se deslizan sin apenas percatarse la persona que lo hace caminar. Cómo se oxidan, cómo sus cambios, los dolores que susurra a los huesos, a nuestros músculos, tornan su ánimo, lo degradan. Cómo arropa las ilusiones. Miento si digo que no me da miedo avanzar y apreciar explícitamente cómo, poco a poco, soy yo la que menos ánimos me dará para continuar hacia delante. Me percataré en cuanto mis piernas se tambaleen demasiado, cuando mi oído se olvide de los sonidos, cuando las tonalidades de cada uno de los colores se apaguen en una nebulosa al atravesar mi retina. Por eso siempre, a solas, me creo invencible, capaz de no caer como el resto. De hacerle frente a lo inevitable. Mis heridas sangran, como las tuyas y las de aquella camarera. Mi sonrisa se apaga a menudo, quizás no tanto como la tuya. He crecido desde mi infancia, he responido favorablemente a los cambios y continúo corriendo. No puedo evitar ser tan humana como el resto. Aunque bueno, sólo soy la transición entre dos estaciones que siempre tienen y reparten frío. Quizás se me está clavando aquí- dijo señalándose la sien- y el mundo se me resbala entre los dedos. Como a veces me pasa contigo.
Siempre he creído que nunca me necesitó para sentirse capaz, para abordar y saltar el hedor que consume a los transeúntes cansados de su jornada en sus idas y venidas. Aún sintiendo cómo una soga comenzaba a tirar de su tráquea, ella aceptaba esa solución incompleta, incorrecta y perdida la resolvía con el paso de las estaciones. Conmigo no pasó lo mismo. Ni siquiera ahora que la recuerdo entre líneas. Yo siempre la necesitaré para hacerme frente hasta a mí mismo. Porque yo, sobre las hojas que estoy dejando pasar con cada palabra que marco, fui sólo en el momento en el que esa transición, esos vendavales, lluvias, granizos y heladas se personificaron y se abrigaron con algunas de mis gabardinas.

error con h

Te duele al respirar, al tragar, al andar, al levantar la mirada. Te duelen las muñecas, los tobillos y los vendavales que te instan a rebobinar. Te duele la voz, porque recuperarla implica preguntarte a ti mismo el porqué de tus ojos hundidos. Te duele como me dolió a mí ayer, el mirarme directamente. Porque nunca fui el argumento de tu historia, no di ritmo a tus frases, no logré interpretar tus sentimientos. Dijiste "puntofinalízame" y aparecí, me sucedí y ahora para ti soy un punto seguido entre comas, porque mírame, mira mi rostro apagado, la torpeza de mis decisiones, el hueco que dejan mis palabras. Necesité lo mismo que necesitaste tú. Necesitaste un final y sólo te di unas páginas escritas a la mitad. Busqué un punto final y sólo esperabas obtener lo mismo de mí. Empezamos a equivocarnos nada más empezar a jugar.
Estoy equivocada. Hoy error lo he escrito con hache.


mi combustible

"-Y, ¿sabes qué pienso?- dice entonces-. Pues que para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar viviendo. Y para el mantenimiento de de la vida no importa que esos recuerdos valgan la pena o no. Son simple combustible. Anuncios de propaganda en un periódico, un libro de filosofía, una fotografía pornográfica o un fajo de billetes de diez mil yenes, si los echas al fuego, sólo son pedazos de papel. Mientras los va quemando no piensa: "¡Oh, es Kant!", o "Esto es la edición vespertina del Yomiuri Shinbun", o "¡Buen par de tetas!". Para el fuego no son más que papelotes. Pues sucede lo mismo. Recuerdos importantes, otros que no los son tanto, otros que no tienen ningún valor: todos, sin distinción, no son más que combustible.- Kôrogi asiente como para sí. Luego prosigue-: Y, ¿sabes? Si a mí me faltara ese combustible, si dentro de mí no hubiera esa especie de cajón de recuerdos, hace tiempo que, ¡cras!, me habría partido en dos. Y me habría muerto en cualquier rincón, tirada como un perro. Gracias a ese montón de recuerdos, valiosos o insignificantes según el momento, que van saliendo del cajón, puedo seguir viviendo, soy capaz de soportar esta pesadilla. Aunque a veces me diga a mí misma que ya no puedo más, los recuerdos me dan fuerza para seguir adelante".

En esos momentos



En esos momentos en los que el mundo se fatiga, en ese aliento que se condensa con la llegada del invierno y ahogada en esa mirada glacial se esconde un boceto de lo que eres y no quieres ser. Tejes evasión y sólo te abrigas con ella. Quieres escapar de la voz que te retiene aquí. Estoy dispuesto a esperar encima de todo este invierno, pero si no nadas tú, tampoco puedo hacerlo yo.

juro que es él


Llegó, cerró la puerta de un portazo y se dejó caer hasta quedar escondida tras sus rodillas. Estaba agitada, expulsaba el aire entre pausas que congestionaban sus ojos y, cuando la imagen se le nublaba, descargaba con un leve pestañeo. Esta entrada la observé desde el balcón, permití la entrada al frío de las horas más difusas y el viento empujaba las cortinas hacia el interior. No me vio. Apagando el cigarrillo a la mitad me dirigí hacia ella.
-¿Te apetece hablar o prefieres un café?
Wintumn se mordió el labio inferior con fuerza, la sangre no tardó en rellenar el socavón de su ansiedad.
-No creo en los corazones. No creo en esto que me atormenta cada vez que te acercas. No creo en su huida. Porque gracias a él sigo viviendo entre lágrimas, porque si me dejase guiar por los pensamientos que empujan a mis dudas, si dejase que ellos articulasen la duración de mi supervivencia, hace más de una vida que hubiese dejado de mover cada uno de estos miembros que alargan mi fragilidad, hace más de pulmón y medio que hubiese dejado de necesitar aire. ¡Pero es él! ¡Juro que es él! Galopa incesante, no para quieto, no quiere escapárseme de las costillas, el muy terco todavía me mantiene con vida.
Siempre me gustó la forma en la que relataba el mayor desastre natural, el mayor desastre cardíaco. Y recordé que precisamente quien movía su mundo eran los escombros que alojaba en su tórax. Me propuse desde ese momento edificar un rascacielos en la arteria aorta de su corazón.